la cueva eléctrica: Películas, bicis, tiros y ataúdes.

la cueva eléctrica

Llegaste? Escucha la trama salvaje y civilizada de nuestra ciudad-teclado. La cueva eléctrica...

sábado, junio 16, 2007

Películas, bicis, tiros y ataúdes.

De vez en cuando disfruto ver películas chafa en DVD, tirado en el sillón. A veces se trata de alguna película de esas en las que abundan los tiros, golpes de karate, en donde los besos a la chica sexy se alternan a la fabricación expres de cadáveres, muchos cadáveres, y me entretengo en contarlos mientras contemplo, como un signo de nuestra era, esa despersonalización de la muerte que los padrotes del séptimo arte suelen regalar de forma generosa. Cada hombre que muerde el polvo en esas cintas, es una historia irrepetible borrada de un plumazo, sin drama, con una estética de la muerte muy cercana a la de los videojuego de aniquilamiento: tu enemigo es todo aquel que se mueve en tu espacio visual y te amenaza, tu enemigo debe ser exterminado como un insecto: una vez muerto, no vale la pena mirarlo dos veces, eso no da puntos y consume tiempo.
Bueno, debo confesar que entre las sesiones de ráfagas ocasionalmente sufro alguna emoción, hago pausa, destapo una soda y me pongo melancólico. A veces suena el timbre del teléfono. A veces una mosca. Aveces no pasa nada.
A mis doce años yo pertenecía a una pequeña comunidad de amigos que merodeabamos por el barrio de las águilas, y que teníamos por objeto de culto a la bicileta acrobática. El grupo lo formabamos Pepe, Pedro, yo y a veces, pero siempre distante, la figura de mi hermano mayor. Considerabamos horrible y fuera de nuestra estética a la bici de carreras y sobre todas las cosas, a la bici de turismo. Había otros chavos del barrio que entraban a nuestro círculo, había toda una constelación de esferas y nosotros tratabamos de interpretar lo que sucedía a nuestro alrededor desde la perspectiva de nuestra pequeña banda de chavos de bicis acrobáticas. Pepe era conocido como Garfio: tenía una cicatriz característica en su mejilla. Tenía tantas historias sobre como la había obtenido como oídos dispuestos a escucharlas, y creo que aunque todas las historias eran mentira, terminaron por ser la verdad viva en Pepe y contribuyeron con una especie de aura de respeto que Garfio irradiaba en cuanto te colgaba una de sus miradas acompañadas por una mueca especial que hacía ponerse roja su cicatriz. Pepe y yo teníamos la misma edad, más abajo estaba Pedro y El Pescado, a veces conocido como el Pez a secas, era de su misma camada. Bueno eran muy hábiles y sabían hacer toda clase de suertes, desde barridos de tierra, saltitos en una llanta, saltos a distancia en rampas y terraplenes, etéceta. Nunca fuimos a sitios de paga, lugares fresa con medios tubos de concreto, en donde los skatos hacían sus acrobacias. Todo lo hacíamos al aire libre, éramos salvajes. Se valoraba mucho el hecho de haber armado tu propia bici. El Pepe y Pedo pertenecían a ese tipo de acróbatas bicileteros, y si bien yo había obtenido mi bici como un regalo, tan pronto como pude la modifiqué según dictaba nuestro decálogo.
El tiempo pasó y nuestra pasión por las bicis se fue borrando, al tiempo que nacían nuevas amistades y con ellas nuevas pasiones y hábitos. Hicimos la prepa, luego entré a la universidad, mi abuela se mudó a otra casa y el nuestras corridas por el barrio se hicieron historia. Más tarde Pedro se mudaría de casa también, Garfio me visitaba de vez en cuando en mi vieja casa del barrio de mi niñez. Un día recibí una llamada de mi abuela. Nueve de mayo: a Pepe le habían dado un tiro a quemarropa, murió en el acto. Mi primer amigo cercano que moría. Nos reunimos a conversar sobre esto mi hermano mayor y yo. Yo no sabía exactamente de que manera esto me afectaba y cambiaba mi vida. En el sepelio pude ver a Pepe por última vez. La tapa del ataúd estaba abierta para el que quisiera despedirse de él. Ahí estaba Pedro también, acompañando a la familia de Pepe. Pedro me contó cosas absurdas sobre como murió nuestro amigo, y nunca he podido saber si su muerte pudo evitarse o si era imposible detener la hemorragia de una herida de bala hecha a quemarropa directamente en el pecho. Me contó que el disparo ocurrió durante la noche, en el interior de un vehículo y que minutos después del disparo fué abandonado en una banqueta, perdiendo sangre hasta morir. Una historia de adolescentes, de armas, de tiros y balas, en donde al final alguien muere. Jamás he vuelto a montar en una bicicleta y jamás lo haré cómo solíamos hacerlo en nuestra pequeña banda de bicicletas. No he vuelto a ver a Pedro. Después de años de estar guardada en un patio expuesta a la oxidación, movido por un impulso extraño, llevé mi bici al viejo taller, ordenando que la aceitaran. Ahí la dejé, sin la menor intención de regresar nunca por ella.
September 14, 2006

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