la cueva eléctrica: Claudia, el desierto?

la cueva eléctrica

Llegaste? Escucha la trama salvaje y civilizada de nuestra ciudad-teclado. La cueva eléctrica...

sábado, junio 16, 2007

Claudia, el desierto?

Hoy es el día del último informe de nuestro querido presidente, dice la voz de un locutor en las bocinas de la radio mientras conduzco por un boulevard arbolado en esta ciudad de techos bajos y en donde las copas de los árboles sobresalen por encima de las azoteas de las viejas casonas de la Colonia Americana. He abandonado mi auto bajo la sombra de una hermosa primavera, y entro a la terraza de un café con equipales, y desde aquí hago un par de llamadas a gente que estimo, para encontrarme con noticias, cómo decirlo, más cargadas de verdad. A Claudia y a Pablo quiero verlos mañana, cocinar juntos, beber tinto. De Claudia me entero que está dando clase y que llega más tarde, a las nueve puedo llamar, cuelgo, y luego Pablo me ha dicho que ahora está trabajando un platillo en el restaurante de mi amiga, la otra Claudia, por que ha tomado el puesto de chef, y que preparan las pruebas de alimentos ( debo probarlos, me dice ) en fin el Pablo de siempre. Mientras hago esto y borro algunas cosas en mi libreta de “pendientes” he tomado un alimento demasiado rápido, y varias tazas de un café regular que me instala en el tiempo presente y entonces llega Miguel el escritor y me dice que se ganó un premio, y yo pongo cara de que me da enorme gusto, por que estas cosas son buenas, pero me sale mal esa cara que Miguel nota porque pone otra de que le hago traición por no ser más feliz. Miguel se va y toma otra mesa, allá en donde está Alana y su amiga. No las he saludado. Yo enciendo mi lap top, hago conexión inalámbrica y le pido a una chica que atiende una salida en el muro para enchufarme, mi cable no alcanza. Intento un rato buscar un sitio en la red con estaciones de radio en línea, pesco una local, pero nada, mis altavoces resultan cortos en medio de tanto ruido, hay música en vivo, esto no sirve. En un rato dejo eso del radio y me voy por otros hoyos, esos a los que siempre caigo, y ya estoy pensando en Claudia, no la del restaurante en donde está Pablo, si no la otra Claudia, la de mi plática interna. Y pienso que a ella le iría muy bien estar ahora en Marruecos, en otro tiempo, uno que no conocimos, en una ciudad que tal vez no exista ya. La imagino metida en el zoco, en la zona internacional de Tánger, al lado de Kit , Port, y Turner en una mesa, bebiendo té. Ahí Claudia miraría extenderse el cielo azul sobre sus cabezas, y Port llevaría muy bien su albornoz sin despegar la mirada de los ojos de Claudia, pero intentando no hacerlo notar, que es muy difícil. Creo que una vez le pregunté a Claudia si le gustaba el desierto, y me ha dicho que sí. En esa mesa, bajo el azul del cielo pareciera imposible imaginar la desintegración psicológica, pero las apariencias encubren a lo real. Bueno, me encuentro en el aquí y ahora, justamente tomando una cerveza oscura, en medio de una caída a través de agujeros que me resultan familiares, en donde están los Bowles y estos tipos que uno pudiera abrazar, de la Beat Generation, y pasajes más viejos en donde escucho la respiración de Gertude Stein sentada en su sillón, con un enorme retrato suyo a la espalda, haciendo ver al señor Bowles de que en realidad no es poeta, y luego otros más recientes en donde el matrimonio Bowles conversa. Ahí está Jane, que lo anima a escribir de nuevo. Un nuevo trago, largo y profundo en el cuerpo frío de la cerveza, el aquí y el ahora, todo ello cercano e inaccesible, convocado por el toque electrónico del pequeño teclado, pero oculto por el dorso peludo de las palabras, sonidos que de continuo se interponen entre una conciencia y otra, esos puentes traicioneros que absorbo, las chupo imprudente, buscando las imágenes que salen de su cuerpo de medusa. Ahí está Claudia, en el desierto, tomando té en el Sahara, en una tienda en la que espera la llegada de un viajero que se disuelve en un delirio de tifus. También está el señor Capote y algunos amigos pintores, Oroz por ejemplo, que recién llega, saca de no se donde un gran lienzo en blanco, y comienza a dar pinceladas, azules, más azules que el cielo, donde solo hay arriba y abajo. Su cuadro acabará por convertirse en una escena violenta de trazos rápidos y cargados de pintura, y aparecerá un viejo sedan VW rodeado por los cuerpos lascivos de varias mujer-vampiro de labios lúbricos, que enseguida reconozco como mis mejores amigas, así es Enrique. Y de este lado, el lado real, por fin se levanta Miguel de la mesa, Alana por delante, se aproximan y entonces si jubiloso, intento despedirme de ellos, y creo que lo logro, todos se ven muy contentos.
September 01, 2006

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