la cueva eléctrica: 09/09/07 - 16/09/07

la cueva eléctrica

Llegaste? Escucha la trama salvaje y civilizada de nuestra ciudad-teclado. La cueva eléctrica...

martes, septiembre 11, 2007

POR QUE ODIO A LAS PUTAS. CUENTO EN 4 PARTES PARA COLEGIALAS.

POR QUE ODIO A LAS PUTAS. CUENTO EN 4 PARTES PARA COLEGIALAS.

Por Jorge Octavio Ocaranza.

En la “ciudad de hoy”, las cualidades que se relacionan con la “mujer ideal” como el ser débil, amoroso o proteger a los otros, cuando están presentes en un hombre, simplemente lo joden.
Hay hombres que son una farsa, y lo siento, también hay mujeres. Todas las putas que he visto por aquí son dignas de odio. Habrá tan solo una verdadera profesional, geisha del placer, que no te robe, que no te quiera asesinar? Siempre habrá el tipo que las ve, se la cree y cae en su tela.

Yo mismo, infinidad de veces.
La última: Va por ti, muñeca, mi querida Roxana…

I


Circulo en un auto sobre los charcos de la Calzada Independencia, ( en Guanatos City, simplemente Calzada) y algo llama poderosamente mi atención. En una esquina solitaria, bajo el maldito farol, veo una rubia platinada, de colegiala, en el estilo fresa-descarado más inconcebible. Tiene un cuaderno rosa apretado contra su voluptuoso pecho y parece que sufre en medio del frío y la molesta lluvia. Me hipnotizan las curvas que forma su cuerpo bajo la delgada pantiblusa a rayas rojas-blancas. Pudiera ser la cereza en el pastel para el violador ocasional.

En nuestra sociedad regida por estúpidas relaciones de poder, la violación de cualquier tipo parece ser la regla.

Por el retrovisor me percato de que un auto Galaxi demasiado placoso parquea unos metros atrás mío. Un ruco flaco de traje sucio y gris se aproxima y puedo oler el humo de su apestoso cigarrillo cuando lo lanza al piso. Estoy alerta, soy espectador de lo que va a pasar. Todo ocurre rápido. La falsa quinceañera se acerca a la ventanilla, parece inspeccionar el interior de mi auto. Creo que le guiña al tipo y luego trepa en mi coche. La victima ahora soy yo. Tal vez terminaré violado por una puta, perdiendo alma y cuerpo en una fosa de aguas negras. Ella me lanza al cuello sus amorosos brazos, su boca de diosa. La veo bien: es una “no tan niña” en disfraz de puta. Su caracterización parece buena. Qué tan puta será?
Un trailer que da vuelta en U me ciega por unos segundos. Parece que el tiempo se detiene mientras recobro la vista. Por el espejo, aún veo al ruco atrás, avanzando hacia nosotros en cámara lenta.
Sufro un Deja-vú. Todo parece demasiado literario, cinematográfico.
Mi voz y la de ella, los ruidos de la ciudad suenan perfectos, como producidos en estudio de grabación. Mi pulso es el telón de fondo auditivo.
--Eres de verdad? Le digo.
--Soy de verdad, fíjate.
Me abre las piernas y enseña su matorral. Luego tomando mi mano la hunde en su chola.
--Ves? No soy travesty.
--No es desconfianza, solo que he visto cada cosa…
Arranco, en realidad el ruco corre hacia nosotros con un revolver. Mi reloj parece que de nuevo camina. Entonces me dice:
--280 por el servicio, más lo del hotel. Dale.
El auto camina y camina alejándonos por las callejas y sus instrucciones rebotan una y otra vez en mi cabeza. Soy un autómata que conduce con el pie pegado al pedal. No estoy de acuerdo, quiero decirle algo como: no mames, solo tu puto servicio, lo demás déjalo en mis manos. Nada de hotel. Te llevaré a una mazmorra en donde te vas a cagar de miedo. Nadie te va a oír y pondré siete cerrojos y me tragaré la llave, solo eres una pinche puta…
Quiero abrir la boca pero no digo ni pío. Obedezco como un corderito, como si ella fuera una hermana de la caridad, como si no hubiera sido bastante el hecho de violar mi privacía metiendo su asqueroso culo en mi auto. Todo pasó en un segundo y envuelto en un halo de engaño. En esta ciudad, y más en la noche, las cosas no son lo que parecen. Soy un cobarde. El bato parecía seguirla, y su mezcla clásica de sepulturero y gangster me pareció perfecta. No sé si participé en un rescate, huída o secuestro. Rescate no. Huida sí. Secuestro, de alguna manera. Miro su perfil contra las luces que entran a través del cristal. El limpia brisas aun trabaja, a pesar de que ya no llueve. El cuic -cuic me pone los pelos de punta. Temo su presencia: senos enormes, labios lindos, voz dulce. La gran manipuladora de pendejos.
--Primero vamos por mis dogos. Me dice.
Dogos? Paramos en el puesto y llega un bato.
--Cuántos? Pregunta el bato.
---Cuatro. Dice la puta.
---Yo no quiero. Añado yo.
---Son para mí. Corrige la puta.
El bato me hecha una mirada y se aleja. Yo me quedo rabiando. Pinche culero, por qué se me queda viendo, bato-culero- gran-hijo-de-su-puta-bomba-madre???
---Todo eso te vas a tragar? Le digo a la vieja.
---Son para el rato. Puedo fumar?
Fumar? No mames, me choca que fumen en mi coche, que lo dejen oliendo tan gacho. De inmediato le digo.
---Sí. Pero no tengo fuego. No sirve mi encendedor.
Sostiene una bolsa que algún día fue roja, entre miserable y kitsch y de ella saca el encendedor más asquerosamente jodido que pueda existir, acompañado todo ello de un “tristemente-doblado-a-la-mitad” cigarro mojado. Lo rompe y arroja por la ventana la “parte fea”, quedando con la parte “buena” en medio de sus labios untados de bilé. El cigarrillo me recuerda al Benicio del Toro de Sin City, después de que la puta le corta a medias el cuello con el sable japonés.
Con placer lúbrico la tipa da una calada y me ofrece.
--No, gracias!
Entre sus dedos el cigarro luce desastrosamente manchado. Así voy a quedar, pienso.
El dogero regresa con un paquete. Efectivamente son 4 mega perros calientes. Hábil, la puta saca uno y se lo chupa. Hay catsup por todas partes. Una arpía hipersexual? un vampiro hembra en la botana charlando con su cena? No puedo dejar de admirar su pelo platino, con un corte asimétrico. En dónde lo he visto antes? También veo entre sus piernas una gran cantidad de migajas regadas. Me siento incómodo.
Avanzamos por las calles del Barrio-de-todas-las-Putas. Por petición mía, ella lee textos que entresaca de las hojas de su cuaderno de colegiala falsa.
Me pide una servilleta.
-No tengo. Le digo.
Se lame las manos y da vuelta a la página.
Ahora pienso que su disfraz es malo.
---Cuantos cuadernos tienes?
---Con este, nueve.
---Lee otro poema, quieres?
Los poemas han resultado ser frases inconexas escritas con letra enorme, hasta ahora máximo de seis palabras que llenan una página: “La vida no es una lluvia.”
---Te leo otro?
---Sí.
---“60 veces dudé. 80 veces me arrepentí.”
Antes de estacionarnos, ya frente al hotel, me pide el dinero. Yo quiero decirle “Lo haremos a mi modo y si no ya puedes largarte. Primero veremos qué sabes hacer. No pienso pagarte hasta haberme corrido en tu jeta de falsa adolescente”. Así que le digo que primero debemos subir al cuarto. Entonces la vieja entra en pánico. Grita como una loca que solo quiere comprar cocaína, y que eso no le afecta a nadie. Su argumento parecer razonable. Le doy el dinero. A dos cuadras encontramos a los dealers. Bajo las luces mortecinas del Barrio-de-todas-las-putas, estos dealers parecen cubanitos hambrientos y amistosos. En realidad son unos hijos-de-puta-mortíferos-pandilleros-revendedores-de-drogas-tapatíos. En cuanto huelen billetes, te los arrebatan y te dan a cambio una grapa de la peor calidad. Ella mira su paquete adulterado de la misma manera que una madona miraría el santo grial, o los mismos clavos de cristo. Es entonces que veo en sus ojos el único trazo humano, el verdadero sufrimiento y felicidad.
---Cuanto cuesta el gramo?
---No mucho.
---Es buena?
---A mi me gusta.
---Recuérdalo: te di tu dinero.
---Me lo diste, no se me olvida.
---No lo olvides.
De regreso en el hotel, subimos al cuarto y ocurre la conversación más electrizante que he tenido en años. Yo desnudo, en calzones y ella completamente vestida, tendida a un lado mío, continuamente esperando ver el momento en que ella se lanzará en mi contra con lo que yo supongo habrá de ser una navaja oxidada. De seguro la tiene dentro de su bolsa de cosméticos, pienso. Todo me parece sospechoso. Me pide el celular lo menos diez veces. Marca a números que ella conoce, habla un poco con sujetos que no menciona por su nombre, me los pasa, me quita el aparato y de nuevo a lo mismo, como una loca. He visto esto antes. Al final se trata de un robo. Pienso que lo hará desaparecer en un momento determinado, en mi propia jeta y luego se hará la mosca muerta. Estoy tenso.



II



Recuerdo que llamaron a la puerta unas tres veces, y yo supongo que era el chico que atiende en el lobby. Ella al salir decía:
---Espera, ahora vuelvo. No te levantes.
Yo la miraba con desconfianza. No me gusta que una puta se traiga algo sobre todo si estoy en calzones. Entonces para tranquilizarme, lo cual esta tipa no conseguiría ni en un millón de años, sencillamente decía:
--Dejo mi bolsa y mis zapatos! No tardo.
---Por qué tanto misterio?
Después regresaba, se tendía a mi lado, y nerviosa como un conejo (conejo loco y asesino), me contaba la historia más fumada que he escuchado en la vida, con el tema “por que me hice puta”.
Sus palabras las decía de memoria, siguiendo su guión, suena raro, pero en realidad las rezaba.
Al ritmo de sus palabras sus ojos se movían maquinalmente en círculos. Yo sentía miedo y asco por haberle halado el hilito a esta muñeca.
---Soy ninfómana, esquizofrénica y neurótica. Inestable. Uso droga desde los 16 años. Odio a las personas. Odio a mami. Odio a papi. No quiero hablar de mi papá.



III


Mientras se droga, hice una lista de todas las características más importantes en sus últimos golpes de su carrera delictiva.
---Soy una delincuente obsesiva.
---Has asesinado a alguien?
Con frialdad confiesa:
---No.

“I WANT TO BEALIVE” Vi en mi mente un viejo recuerdo: El cartel blanco y negro en el que aparece la imagen nocturna de un bosque sobrevolado por un plato volador.
Ella se me trepó hurgando en mi cara y en mi cuerpo desnudo, como un médico forense que reconoce un cadáver en la tina de formol. Cuándo hundirás tu navaja?
Creo recordar que le pregunté en ese momento su nombre, ya que una extraña necesidad me invadió, al ocurrírseme un extraño proverbio: “Bien aventurados aquellos que saben quién los mató.
--No es posible. Dice.
---Qué?
---No tienes barritos. Ah, por fin ! Un punto negro.
La puta pretende llamarse Roxana. Comienza a exprimir mis “puntos negros”. La crueldad, el sadismo y la ternura con que lo hacía, me tienen lelo, y sé que me encuentro en una encrucijada. Es el demonio, que en murmullos y con una voz idéntica a la de la Dama de la Luz y Reina de los Elfos del Bosque, susurra en mi oído:
---Es más perfecto que el sexo…
Roxana sigue inhalando cocaína quemada en un tubo hecho con los restos de un bolígrafo de plástico transparente y que ella amorosamente llama “mi pipita”. La piel de sus blancos muslos, suave y delicada, la palpo y veo que es buena. Sin embargo hay algo. Parece como atacada por una extraña enfermedad, reblandecida de una manera no natural, quizás como la piel de un pollo o la de una mujer anciana. Roxana me exfolia y yo meto las manos entre su piel y la pantiblusa, hasta llegar a sus enormes, tibios, blancos y nada duros senos. El bulto en mi entrepierna esta duro, tieso, erecto, amoratado. No nos tocamos genitalmente, yo me corro, intoxicado con los vapores ahumados de la piedra quemada con la que Roxana se droga.



IV


---Vamos a mi departamento. Vivo sola. Calle Mar Egeo.
Maldita mentirosa! Pensé. Maldita puta fresa mentirosa!
---Nos vamos en tu coche o en mi camioneta?
Maldita puta platinada instigadora. Me vestí. Discretamente recuperé mi celular, y me lo escondí en el fondo de mi saco. Cheques, billetera, llaves, tarjetas de crédito. Qué me robaste maldita puta?
Abrí la puerta y parado frente a mi estaba el chico del Lobby. Cuánto tiempo llevaba afuera? Y, con qué fin? Todos nos miramos a los ojos unos segundos, pensando que hacer. Yo salí al pasillo y el entró, sin decir nada, buscando a Roxana. Escuché a mis espaldas la voz de ella.
---Papito, te alcanzo. No me tardo.
Bajé los escalones que llegan al lobby, y ahí, nadie me lo pidió, pero la abandoné en el mostrador. La llave. Habitación 217. Había otro tipo, un joven gordo, sentado en una silla tras la barra. Su nuca era ancha como la de un toro. No intercambiamos ninguna palabra. Sentí su hiriente mirada, mientras yo me repetía: Maldita puta, que me robaste? Salí a la calle y respiré al fin aire, que si bien olía a basura, al menos resultaba más fresco. Vi estacionada la supuesta camioneta de Roxana. La dejé atrás. Por la calle, a unos pocos metros, el servicio municipal de recolección de basura pasaba con su barredora desparramando la inmundicia por todos lados. Una simulación más del sistema, pensé. Lancé la última moneda que tenía, al aire, voló y cayó frente a mi. Subí a mi auto sin verla. Me alejé por la calleja sucia, con las luces apagadas.. En el asiento delantero quedó una hoja arrugada que la puta arrancó de su cuaderno. Sin dudarlo, la arrojé por la ventanilla, y ese acto sencillo de lanzarla fuera del auto, puso fin a la angustiosa sensación de victima que me oprimía el corazón de forma salvaje, desde que vi a la puta platinada bajo el farol. Aún creo que aquella noche perdía algo en verdad importante. Más importante que tres horas de mi vida y 500 pesos, pero aún no descubro qué fue.

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